Foto: Maggy Donaldson
Belén García en su casa de bloques de hormigón en las afueras de Bogotá. Todos los días viaja tres horas en cada dirección para limpiar casas en barrios adinerados.
Un efecto colateral de la guerra civil colombiana: ayuda barata en el hogar.
Pero las trabajadoras domésticas buscan una vida mejor
- Por: Maggy Donaldson y Camila Osorio
- Traducción: Daniel Bastidas
- Este artículo fue publicado inicialmente por Public Radio International. 12/02/2016
Después de 50 años de guerra, Colombia espera firmar pronto un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la principal agrupación armada en el país. Ese tratado podría cambiar radicalmente las perspectivas de Colombia hacia el futuro.
Pero para millones de mujeres indígenas, afrocolombianas y campesinas, será difícil recuperarse. La guerra las ha desplazado desde áreas rurales hacia las ciudades, donde, básicamente no tienen otra alternativa que trabajar como empleadas domésticas.
Al ser pobres en su mayoría y al no tener educación primaria o secundaria, muchas de estas mujeres se dieron cuenta que lo mejor que podían hacer para ganarse la vida era limpiar las casas de los ricos. Para ellas, el trabajo doméstico significa largas jornadas de trabajo mal pagado y pocos beneficios. Y es que el tema de la remuneración justa para el trabajo doméstico podría ser crucial para el futuro posconflicto colombiano.
Las FARC justificaron su uso de la violencia argumentando que Colombia era un país profundamente desigual. Así que, medidas que creen una sociedad más equitativa podrían acabar con este argumento. Muchos defensores de las trabajadoras domésticas esperan que ellas junto con las víctimas del conflicto armado obtengan justicia por parte de las cortes y comisiones de la verdad, pero también en los hogares de familias acomodadas colombianas donde ellas trabajan.
Foto: Maggy Donaldson.
Entre muchos otros deberes, Belén García lava la ropa en una de las casas donde trabaja en Bogotá
Largas jornadas a cambio de unos pocos dólares
Belén García es una de aproximadamente un millón de trabajadoras domésticas legalmente registradas en Colombia. Por un día entero de trabajo ella gana tan solo 40 mil pesos, un poco más de 10 dólares (americanos). Ella es madre soltera con dos hijas adolescentes, y con ese ingreso debe cubrir los gastos de arrendamiento, víveres, transporte y suplementos escolares de sus hijas.
Cada semana ella hace el aseo para tres familias en el norte de Bogotá. Si se llega a enfermar, no le pagan, y no tiene afiliación a salud y mucho menos cotiza para pensión.
Por otro lado, está su viaje al trabajo: Un viaje de ida y vuelta de seis horas en bus diariamente, que dura casi lo mismo que su jornada laboral.
El único lugar en el que puede vivir, es en el barrio de invasión “Divino Niño”, que forma parte de la localidad de Ciudad Bolívar, donde el año pasado 270 personas fueron asesinadas, haciendo que esta localidad tenga la mayor tasa de homicidio en toda Bogotá.
Aunque algunos podrían decir que su situación es desoladora, García dice que es incluso mejor que su vida anterior, en la que afirma que sufrió de violencia física, sicológica y abuso sexual por parte de su esposo, quien forzó a la familia a mudarse a la zona rural del Sumapaz, dominada por la guerrilla.
“El siempre decía que iba a cambiar, y siempre se disculpaba por lo que me hacía, pero nunca cambió,” dijo García. “Era un infierno”
Ella se escapó a Bogotá junto con sus dos hijas en el año 2003 después de que recibiera amenazas de muerte por parte de guerrilleros de las FARC, porque, dice ella, se negó a acostarse con ellos.
García tiene una aliada dentro de una de las familias que la emplean: Valentina Montoya, una activista feminista y abogada quien está actualmente llevando a cabo una investigación en la universidad de Harvard sobre los retos enfrentados por las trabajadoras domésticas en Colombia.
Montoya dice que es importante recordar que mientras muchas mujeres como García son desplazadas por culpa del conflicto armado, lo que buscan no es generar lástima sino ser respetadas.
“Ellas no están actuando solo como mujeres vulnerables que son victimas y quieren aprovecharse de un montón de beneficios y subsidios – no” dice Montoya “Ellas entienden que, como cualquier otro empleado, tienen sus obligaciones y responsabilidades, y quieren trabajar en eso cada día mejor”.
Ambas, Montoya y García, dicen que las mujeres colombianas adineradas le deben a las trabajadoras domésticas pobres la posibilidad de poder trabajar fuera del hogar. Montoya argumenta que las mujeres privilegiadas deberían reconocer los derechos laborales de las mujeres que hacen que su independencia sea posible.
“Si no arreglamos su ropa y les hacemos la comida, ellas no pueden trabajar. Y si ellas no nos pagan entonces nosotras no podemos sobrevivir,” afirma García. “Nos necesitamos las unas a las otras. Deberían apoyarnos más.”
Aunque Colombia está suscrita al tratado de la Organización Internacional del Trabajo, que dicta los estándares internacionales para el trabajo doméstico, tales como proveerles de afiliación a salud y otros beneficios, muy pocos esfuerzos se han hecho para hacer cumplir este acuerdo.
En Medellín, la segunda ciudad más grande de Colombia, las trabajadoras domésticas han empezado a organizarse en campañas de redes sociales, para llamar la atención sobre su situación, obteniendo atención tanto de la prensa como de quienes crean las leyes. En este mismo momento, son más un grupo de interés que un sindicato, debido a que no tienen poder de negociación debido a la falta de recursos y de representación legal.
Montoya espera que el movimiento en Medellín llegue a otras ciudades, incluyendo Bogotá, para ayudar a parar los salarios bajos, crónicos, la falta de beneficios y el abuso por parte de los empleadores que las trabajadoras domésticas tienen que enfrentar. Para García, simplemente ser vista como una profesional, más que como una sirvienta, sería un gran avance.
Foto: Maggy Donaldson
Jenny, la hija de Belén en su casa de Ciudad Bolívar
Cuando García vuelve tarde en la noche a su diminuta casa de tejas, cemento y tablas improvisadas, comparte un café instantáneo con sus hijas adolescentes Jenny y Yohanna.
Y observa los huecos entre la pared y el techo que parece más un intento de techo, ya que el viento se encargó de volarlo recientemente, por lo que García y sus niñas decidieron atar la teja a los muebles para asegurarlo.
García se levantará nuevamente mañana a las 5:30 am para el largo camino de vuelta al trabajo. “Yo nunca me canso” Dice “No me lo puedo permitir”.