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La pregunta por las violencias silenciosas me acompaña desde hace años. Yo era estudiante en Madrid, las puertas de la facultad casi sangraban con letreros del 25N*, reclamando por la vida de las mujeres que ya no están, y por los abusos que sufrimos a diario. Sentí en mi cuerpo la historia de todas, la mía incluso, me pregunté por las violencias que encierran las casas. Desde entonces, mi inquietud es cada vez más profunda.

¿Qué pasa cuando la casa es además el lugar de trabajo de alguien externo al hogar? Es el caso de las empleadas domésticas en Colombia cuya informalidad laboral alcanza el 80%, es decir, cerca de 600.000 están mucho más expuestas a las violencias intramurales al no tener canales efectivos de acceso a las instituciones del Estado.

Una de ellas es Lucía**, a quien hace poco invité a un café para hablar sobre la vida. Me miraba extrañada, no quería café, prefirió un helado.

Comenzó a trabajar en casas siendo una niña de 11 años, en su pueblo, en el suroeste antioqueño. Luego, migró a Medellín donde pasó por varios empleadores que la maltrataron de tal forma que llegó a pensar en el suicidio. Le insinuaban que era ladrona cada vez que se perdía algo, la ofendían llamándola esclava o ignorante, o “una señora creyó que le iba a robar el marido” cuando se le quejó de haber sido acosada sexualmente por él. “Todo es trabajar sin descanso”, decía Lucía, y luego, “ser esclava de mis hijos, porque eso sí, el trabajo doméstico no termina”.

Hoy Lucía tiene 50 años y un fondo de pensiones inexistente. Pienso que las generaciones de empleadoras y empleadores que me han precedido no han cumplido con su deber con tantas Lucías.

Sé que es largo el camino para visibilizar y acabar con estas violencias; sin embargo, en los últimos años hemos visto avances y los últimos meses han sido de esperanza: el 16 de noviembre fue radicado el Proyecto de Ley 281 de inspección laboral a los hogares, para sancionar y prevenir abusos y violencias hacia las empleadas del hogar. Esa misma semana, el Ministerio del Trabajo lanzó el Grupo Élite de Inspección Laboral para la Equidad de Género, para “detectar situaciones diferenciadas que viven las mujeres y personas LGBTI en el ámbito laboral”. Pronto iniciarán los pilotos y se espera que el Grupo crezca rápidamente para poder atender sectores laborales como el del trabajo doméstico. Esperanzadora es también la anunciada ratificación del Convenio 190 de la OIT, contra la violencia y el acoso en el lugar de trabajo.

Por último, la labor conjunta de las organizaciones de trabajadoras domésticas, las organizaciones de la sociedad civil, la academia y la cooperación, han permitido que las propuestas estratégicas de las empleadas domésticas lleguen a los Diálogos Regionales Vinculantes. Esperamos que el gobierno cumpla para verlas reflejadas en el Plan Nacional de Desarrollo.

Es Navidad y observo cómo las casas se llenan de luces y adornos. Pienso en las mujeres que están adentro, en las empleadas domésticas y las violencias silenciosas. Cada vez más levantamos nuestras voces para acabarlas. ¿Será suficiente? No lo sé, quizás necesitamos ese empujón gubernamental de las inspecciones laborales en los hogares para ventilar las violencias que guardan y conocer las vivencias que se tejen a diario, en las habitaciones, los baños y las cocinas de las casas y así, con la luz de esta época de buenos deseos, multiplicar otras historias.

Columna escrita por Ana María Agudelo Gil
cordinadora de proyectos

Hablemos de Trabajo Doméstico

*El 25 de noviembre es Día internacional de la Violencia contra la Mujer
**Nombre cambiado

Esta columna fue publicada en el periódico El Colombiano el 9 de diciembre de 2022
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